Somos fabricados por esa imagen que cae sobre nosotros desde el espejo, somos el punto ciego que habita detrás de nuestras representaciones en las redes sociales.
Cuatro clases sobre la historia de la imagen y el simulacro, sobre el arte y la verdad.
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El catecismo, tan inspirado del platonismo, nos ha familiarizado con esta noción: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero, por el pecado, el hombre perdió la semejanza, conservando sin embargo la imagen. Nos hemos convertido en simulacro, hemos perdido la existencia moral para entrar en la existencia estética. La observancia del catecismo tiene la ventaja de poner el acento en el carácter demoníaco del simulacro.
Gilles Deleuze, “Platón y el simulacro”, en: Lógica del sentido, Barcelona: Paidós, 1989, p. 259.
Ya desde Platón existe una preocupación por la imagen. La imagen multiplica, altera, simula, engaña, se hace pasar por verdadera construyendo un orden ilusorio. Es peligrosa y debe ser dominada, gobernada.
Sin embargo, ese orden ilusorio somos hoy nosotros mismos. El peligro se ha desatado, la imagen ha logrado traspasar todas las barreras de contención: lo demoníaco se ha liberado.
No queda nada que no pueda ser expuesto a los ojos de todos en su desnudez: la muerte, el sexo, la otra punta del planeta, los sitios recónditos de la galaxia o las partes más profundas y oscuras de nuestro cuerpo.
Todas las distancias, en el tiempo y en el espacio, se encogen. A aquellos lugares para llegar a los cuales el hombre se pasaba semanas o meses viajando se llega ahora en avión en una noche. Aquello de lo que el hombre antes no se enteraba más que pasados unos años, o no se enteraba nunca, lo sabe ahora por la radio, todas las horas, en un abrir y cerrar de ojos. El germinar y el crecimiento de las plantas, algo que permanecía oculto a lo largo de las estaciones, lo muestra ahora el cine a todo el mundo en un minuto. Los lugares lejanos de las más antiguas culturas, los muestra el cine como si estuvieran presentes ahora mismo en medio del tráfico urbano de nuestros días. El cine, además, da testimonio de lo que muestra haciéndonos ver al mismo tiempo los aparatos que lo captan y el hombre que se sirve de ellos en este trabajo. La cima de esta supresión de toda posibilidad de lejanía la alcanza la televisión, que pronto recorrerá y dominará el ensamblaje entero y el trasiego de las comunicaciones.
Martin Heidegger, “La cosa”, en: Conferencias y artículos, Barcelona: Serbal, 1994, p. 143.
¿Qué queda de real en un mundo que se ha vuelto imagen? ¿Qué ha tenido que pasar para que ya no estemos seguros de que todo esto no sea un sueño, una película o un videojuego?
¿No vivimos en una realidad virtual? ¿No parecen estos días irreales? ¿No hemos perdido ya toda presencia? ¿Pero acaso alguna vez la tuvimos? Tal vez nuestra naturaleza haya sido revelada recién hoy, cuando nuestras vidas transcurren más que nunca entre pantallas. ¿No fuimos siempre ficción, imagen y representación?
Cuatro clases. Cuatro autores. Un mismo problema.
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