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Presentación del curso
Un texto no es un texto más que si esconde a la primera mirada, al primer llegado la ley de su composición y la regla de su juego. Un texto permanece además siempre imperceptible. […]
Jacques Derrida, “La farmacia de Platón”, en: La diseminación, trad. J. María Arancibia, Madrid: Fundamentos, 1972, pp. 93-94
A riesgo siempre y por esencia de perderse así definitivamente. ¿Quién sabrá nunca tal desaparición?
El ocultamiento del texto puede en todo caso tardar siglos en deshacer su tela. La tela que envuelve a la tela. Siglos para deshacer la tela. Reconstituyéndola así como un organismo. Regenerando indefinidamente su propio tejido tras la huella cortante, la decisión de cada lectura. Reservando siempre una sorpresa a la anatomía o a la fisiología de una critica que creería dominar su juego, vigilar a la vez todos sus hilos, embaucándose así al querer mirar el texto sin tocarlo, sin poner la mano en el «objeto», sin arriesgarse a añadir a él, única posibilidad de entrar en el juego cogiéndose los dedos, algún nuevo hilo. Añadir no es aquí otra cosa que dar a leer.
El texto es un tejido, un organismo vivo que puede permanecer detenido durante siglos, tal vez incluso por milenios, hasta que una mirada, una lectura, lo traiga de nuevo a la luz agregándole un hilo. Bordando sobre el texto y siguiendo su textura.
Agregando un hilo nuevo cuya trama estaba allí esperando desde hace siglos que una lectura lo cosiera.
Toda interpretación, sin embargo, no sólo tiene que poder extraer del texto la cosa de que se trata, sino que, sin insistir en ello, inadvertidamente, tiene que poder agregar algo propio proveniente de su propia cosa. Este añadido es lo que el profano, midiéndolo respecto de lo que, sin interpretación, considera el contenido del texto, censura necesariamente como una intervención extraña y una arbitrariedad
Martin Heidegger, Nietzsche II, Klostermann: Frankfurt am Main, 1997, pp. 262-263 [la traducción es mía. HJC]
Recorrer el texto con las manos. Seguir su entramado en busca de un hilo conductor: el phármakon de Platón. Y una vez que se ha encontrado la punta tirar de él para que aparezca su entramado: la escritura como remedio y veneno, magia y droga, recuerdo y engaño, organismo vivo, chivo expiatorio y despedida. El texto como trama del universo mismo.
Otra escuela declara que ya ha pasado todo el tiempo y que nuestra vida apenas es el recuerdo o el reflejo crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra, que la historia del universo -y en ella nuestras vidas y el más mínimo detalle de nuestras vidas- es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con un demonio. Otra, que el universo es comparable a esas criptografías en las que todos los símbolos no tienen igual valor […].
Jorges Luis Borges, “Tlon, Uqbar, Orbis, Tertius”, citado en: Jacques Derrida, “La farmacia de Platón”, ed. cit., p. 125.
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Una buena combinación para este curso puede ser “Introducción a Derrida: ¿Qué es la deconstrucción?” o también “Amor y locura en Platón: Banquete y Fedro”.
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