Cuatro clases sobre la cuestión de la animalidad en el pensamiento de Heidegger, uno de los temas más actuales de la filosofía: ¿Es el animal un otro? ¿Convivimos con los animales? ¿Tenemos algo en común con ellos?
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Vivimos con animales. ¿Vivimos con animales o los animales viven con nosotros? ¿Quién vive con quién? ¿Vivimos, acaso, unos con otros?
¿Hay alguien allí? Que oye, que mira, que huele; que nos oye, que nos mira, que nos huele… ¿que nos piensa? ¿Y qué pensarán de nosotros los animales? ¿Con qué palabras o en qué silencio? ¿Hacen silencio los animales? ¿Callan?
¿Cómo nos verán? ¿Y a quién verán cuando nos miran? ¿Caerá su mirada verdaderamente sobre nosotros, con todo su peso? ¿Qué produce en nosotros esa mirada? ¿Produce algo? ¿O deshace algo? Allí, tal vez, yo ya no alcance a ser yo; o ya no pueda decir más yo y de mi boca salga apenas un alarido.
¿Es un otro el animal? ¿Algo tiene lugar allí? ¿Sufren los animales? ¿Y se angustian? ¿Ante qué se angustian? ¿Tal vez el tiempo también corra para ellos? ¿Cómo saberlo…? ¿Y correrá también hacia un final, hacia la muerte? ¿Está el tiempo de los animales, como el nuestro, suspendido sobre ese final y apurando el paso? ¿Mueren los animales, quiero decir, mueren… para ellos? ¿O sólo para nosotros mueren? ¿Y han muerto para nosotros, por ejemplo, cuando están en nuestro plato?
¿Pero qué son los animales? ¿Qué… o quién? ¿Quiénes son los animales? ¿Son? ¿Ellos? ¿Pero quiénes “ellos” y quiénes “nosotros”, cuál es la línea que nos separa y quién la estableció: “nosotros” o “ellos”? ¿No tenemos, acaso, una animalidad en común? ¿Tenemos un mundo en común con ellos? ¿Podemos tener algo, en general, en común?
La animalidad del hombre tiene un fundamento metafísico más profundo que el que pueda enseñarse nunca de modo biológico-científico, mediante la referencia a una especie animal existente que se asemeja aparentemente en ciertos aspectos de una manera exterior.
Martin Heidegger, Nietzsche I, trad. J. L. Vermal, Barcelona: Destino, 2000, pp.510-511
¿Pero qué es este mundo para ellos, en el que les hacemos un lugar para que vivan como extranjeros? ¿Cómo se abre nuestra existencia en esos ojos, en esos oídos? ¿Y cómo se abre incluso en los animales que no tienen ojos ni oídos, pero que sin embargo en cierto modo ven y oyen?
El poder ver es una posibilidad esencial del animal. De ahí no se sigue que todo animal tenga que tener de hecho ojos, sino que sólo se dice que el poder ver como posibilidad se fundamenta en cuanto tal en la animalidad. Sin embargo, la animalidad no tiene por qué desarrollarse necesariamente hasta esta posibilidad determinada ni hacer surgir los ojos en el animal. Pero, en su modo de ser general, tiene que ser de tal modo que de ella formen parte posibilidades tales como poder ver, oír, oler, tocar.
Martin Heidegger, Los conceptos fundamentales de la metafísica. Mundo, finitud, soledad, trad. A. Ciria, Madrid: Alianza, 2007, pp. 269-270.
Tal vez también tengamos una casa en común. ¿Pero qué sería esta casa para ellos? ¿Y qué para nosotros? ¿Hay, pues, un “mundo de la vida”? ¿Puede también el animal ser un amigo, un enemigo, o tal vez, incluso un hermano? Un amigo que nos acompañe en torno a lo común. Un amigo que nos acompañe . ¿Adónde? ¿Adónde iríamos? ¿Juntos? ¿Ellos y nosotros? ¿Pero nosotros quiénes? ¿Nosotros quienes?
-Y Zaratustra repitió: «¡Yo os amo, animales míos!» El águila y la serpiente se arrimaron a él cuando dijo estas palabras, y levantaron hacia él su mirada. De este modo estuvieron juntos los tres en silencio, y olfatearon y saborearon juntos el aire puro. Pues el aire era allí fuera mejor que junto a los hombres superiores.
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, trad. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 2003, p. 402.
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