El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el ser humano.
Martin Heidegger
Acaba de salir publicado el artículo que, como conclusión del grupo de investigación que dirigimos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, escribimos junto con mi amigo Sebastián Chun. Les dejo a continuación el capítulo sobre Heidegger y su comprensión poético-arquitectónica del lenguaje. También pueden acceder al artículo completo haciendo click aquí. Espero que les gusten.
Heidegger: una comprensión arquitectónica del lenguaje
Pleno de méritos, pero poéticamente
F. Hölderlin, “En el amable azul”
habita el hombre en esta tierra
Para abordar la comprensión heideggeriana del lenguaje es necesario partir de un hecho insoslayable: a diferencia de Saussure, Heidegger no es un lingüista. Más bien todo lo contrario, su pensamiento guarda una profunda desconfianza hacia todo abordaje objetivista -ni qué decir positivista- y en particular científico del lenguaje1. Su materia es la pregunta por el ente en cuanto ente, la ontología, y es en ese ámbito en el que debe ser situada su pregunta por el lenguaje.
En este sentido, es necesario tener presente que la deconstrucción de la metafísica de la presencia que emprende a lo largo de su obra afecta de lleno el ámbito de las ciencias positivas. La ontología fundamental desarrollada en Ser y tiempo, sin ir más lejos, pretende establecer el horizonte que hace posible la determinación de cualquier objeto científico, incluido el lenguaje2. Tal vez allí podamos encontrar un punto de contacto con Saussure, esto es, en el hecho de que ambos partan de la pregunta acerca de qué es lo permite determinar el lenguaje. Sin embargo, mientras en el Curso de lingüística general el lingüista llega hasta un hecho positivo que, no obstante, muchas veces se le escurre entre los dedos: la lengua; Heidegger, en cambio, encuentra que la determinación del lenguaje se funda en una resistencia fundamental a entrar en la positividad, que se hace patente como una silenciosa invocación que llama a que el ser humano hable3.
Así pues, mientras que Saussure apunta a una refundación positiva de la lingüistica, para lo cual debe partir del esclarecimiento de su objeto propio, en las antípodas, Heidegger rechaza tajantemente cualquier posible objetivación del lenguaje, manifiesta tanto en la lingüística como en cualquier filosofía del lenguaje que considere el genitivo de esta expresión en un sentido objetivo y no subjetivo.
Porque la filosofía del lenguaje sólo puede ser pensada si se la diferencia de la filosofía de la religión, filosofía de la historia, filosofía del derecho, filosofía del arte, etc. Todas estas filosofías son allí simultáneamente encuadradas dentro del todo, como un ámbito junto a los otros ámbitos, como una disciplina dentro de un concepto de filosofía que los abarca, a partir del cual es determinado el carácter de estas disciplinas.
M. Heidegger, Logik als die Frage nach dem Wesen der Sprache [GA 38], Frankfurt am Main: Klostermann, 1998, p. 14 [la traducción es mía. HJC].
Si entonces ponemos al lenguaje en manos de una filosofía del lenguaje, estamos ya inmediatamente sujetos a una opinión completamente determinada. El preguntar por el lenguaje se encuentra ya en lo fundamental bloqueado. Entonces quizás es un prejuicio que el lenguaje sea, junto al arte, la religión, el Estado, la historia, etc., un campo cualquiera que uno podría investigar en una disciplina particular.
El lenguaje no es un campo junto otros, puesto que toda determinación óntica presupone y emerge justamente en el horizonte del lenguaje, que es por eso la condición de posibilidad anterior a los objetos de las ciencias.4
Digámoslo entonces una vez más: el lenguaje es el horizonte en el que todo objeto, incluido el propio ser humano, puede ser determinado como tal, la condición de posibilidad de los entes y, por lo tanto, de los objetos de las ciencias. El lenguaje es, en las palabras del propio Heidegger, “la casa del ser”, que el ser humano construye y habita en la medida en que es llamado por aquel silencio a que entre en ella y, a la vez, a que resguarde en el pensar y la poesía ese silencio que lo ha invocado.
El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada. Su guarda consiste en llevar a cabo la manifestabilidad del ser, en la medida en que, mediante su decir, ellos la llevan al lenguaje y allí la custodian
M. Heidegger, Hitos, ed. cit., p. 259.
Pero el hombre no es sólo un ser vivo que junto a otras facultades posea también el lenguaje. Por el contrario, el lenguaje es la casa del ser: al habitarla el hombre ex-siste, desde el momento en que, guardando la verdad del ser, pertenece a ella.
M. Heidegger, Hitos, ed. cit., p. 274:
Sin embargo, es necesario no cometer el error de volver a introducir una concepción óntica de esta “casa del ser”. No se trata, pues, de ningún objeto en absoluto. Por el contrario, que el lenguaje sea la casa del ser quiere decir que el ser humano sólo llega a ser tal morando y habitando en él. El lenguaje torna habitable el desierto de la existencia, haciendo lugar para que el ser humano pueda construir su morada sobre la tierra.5
Así como el pez vive en el agua, el ser humano habita en el lenguaje. Igualmente transparentes, el agua y el lenguaje pasan cotidianamente desapercibidos para el pez y para el ser humano. Insistamos entonces una vez más: el lenguaje no es para Heidegger un objeto, sino el medio en el qie los objetos llegan a ser tales. El ser humano habita en el lenguaje como el pez en el agua, mientras que ambos llegan a percibir sus medios respectivos sólo de manera negativa, es decir, cuando son sacados de él.
El animal no sólo tiene una relación determinada con su círculo de alimento, presa, enemigos y pareja, sino que, al mismo tiempo, a lo largo de la duración de su vida se mantiene en cada caso en un medio determinado, ya sea en el agua o en el aire o en ambos, de modo que el medio que le pertenece resulta inadvertido, pero que la transposición [die Versetzung] del medio adecuado a otro extraño desencadena enseguida la tendencia a eludirlo y regresar.
M. Heidegger, Los conceptos fundamentales de la metafisica. Mundo, finitud, soledad, trad. A. Ciria, Madrid: Alianza, 2007, p. 249.
El lenguaje no es entonces un objeto, sino el medio en el que los objetos aparecen. Por consiguiente, no puede ser abordado científicamente, ni a través de ninguna filosofía objetivista del lenguaje. No hay, pues, una instancia anterior al lenguaje -un afuera del lenguaje- a partir de la cual pudiéramos determinar sus límites ni su objetividad. Por lo tanto, el lenguaje sólo puede hacerse manifiesto en el lenguaje mismo. Es necesario, en suma, que el habla hable [die Sprache spricht], o mejor dicho, que vuelva a hablar, recuperando su decir luego de que las aguas se hubieran puesto turbias como consecuencia de la comprensión objetivista del lenguaje6. Pero para que el lenguaje recupere su capacidad de decir y que entonces pueda aparecer propiamente como tal -esto es, como lenguaje vivo y no ya como lenguaje cadáver que se nos presenta destripado gramaticalmente- es menester ir hasta su límite, como el pez que se aproxima hasta la orilla para tratar de ver el agua. El lenguaje debe relucir en el lenguaje mismo, único medio en el que algo puede manifestarse y tener lugar para el ser humano. Esa ha sido desde siempre la tarea de los poetas, a saber: nadar hasta el límite del lenguaje para permitirle relucir en las palabras.
Frente a toda concepción positivista, Heidegger sostiene una comprensión poética del lenguaje. Sin embargo, la poesía aquí no debe ser confundida con un mero género literario. Por el contrario, en el marco de la construcción de la morada del hombre que mencionábamos más arriba, Heidegger tiene una comprensión arquitectónica de la poesía. La poesía es, en efecto, el modo en el que el ser humano construye su morada sobre la tierra, volviendo habitable el desierto de la existencia y, simultáneamente, encontrando allí un lugar para sí mismo.
Poesía es, en suma, trabajar el desamparo de la existencia hasta volverlo habitable, arar la tierra para que dé frutos que el ser humano pueda cosechar. La invitación es así recíproca: el ser humano es invitado por el silencio a entrar en el lenguaje y viceversa, entrando en el lenguaje y construyendo poéticamente la casa del ser a través del lenguaje, el ser humano vuelve a invitar a lo Otro a que fructifique. Sin embargo, no siempre ese trabajo poético invita amablemente a lo Otro sino que, por lo general, el lenguaje es utilizado como un instrumento para la avanzada del ser humano que le impone a lo Otro sus propias condiciones.
Así pues, nos encontramos con dos modos extremos en los que el ser humano puede habitar el lenguaje para construir su morada sobre la tierra. Por una parte, y por lo general, se impone sobre la tierra, obligándola a que se adapte a sus necesidades. Pero por otra parte, también puede construir invitando a la tierra, esto es, abriéndole paso a que fructifique. En este sentido, podemos decir que frente a una técnica de construcción que se impone a la naturaleza para imprimirle forma humana, tiene lugar otra técnica que se dirige a lo Otro para allanarle el paso hacia el mundo.
Digamos, pues, que una cosa es apuntalar el curso de un río para que sus márgenes sean habitables por el ser humano, y otra muy distinta es modificar su curso o directamente interrumpirlo con una represa7. En el primer caso, el ser humano encuentra su lugar propio en el mismo gesto por el que le abre paso al río para que sea propiamente río. En el segundo, por el contrario, el ser humano se erige como el dominador de la tierra, imponiéndose sobre lo Otro y borrando todas sus marcas. Y, sin embargo, borrando las marcas de lo Otro, es el propio ser humano el que acalla la invitación que lo condujo hasta el lenguaje. Totalizando el lenguaje, esto es, volviéndolo un puro aparato de decibilidad, un mero instrumento de cálculo o de comunicación que pretende borrar cualquier vestigio de incomprensión, el ser humano pierde su lugar y deviene un verdadero extranjero sobre la tierra8. Desorientado, en la época en la que el lenguaje se vuelve un simple medio para la transmisión de información9, el ser humano ha perdido las coordenadas más básicas de su existencia y vive en un tiempo de penuria.
Los tiempos no son sólo de penuria por el hecho de que haya muerto Dios, sino porque los mortales ni siquiera conocen bien su propia mortalidad ni están capacitados para ello. Los mortales todavía no son dueños de su esencia. La muerte se refugia en lo enigmático. El misterio del sufrimiento permanece velado. No se ha aprendido el amor. Pero los mortales son. Son, en la medida en que hay lenguaje. Todavía se demora un canto sobre su tierra de penuria. La palabra del rapsoda preserva todavía la huella de lo sacro.
M. Heidegger, Caminos de bosque, trad. H. Cortés y A. Leyte, Madrid: Alianza, 2010, p. 203.
Heidegger enfrenta así dos comprensiones distintas del lenguaje. Por una parte, la de un lenguaje poético a través del cual el ser humano construye su propia morada invitando y compartiéndola con lo Otro10. La tarea del escultor, por ejemplo, no consiste en imponerle una forma a la piedra sino, por el contrario, en permitir que salga a la luz eso que la hacía piedra desde un principio. Así pues, la escultura -entendida como un modo de esta comprensión arquitectónica de la poesía- le abre paso a la piedra para que pueda ser propiamente piedra. De la misma manera, frente a los rascacielos y las grandes autopistas que convierten a la Ciudad Radiante de Le Corbusier en un “no-lugar”11, la cabaña de Heidegger en la Selva Negra, en cambio, le devuelve a su entorno la posibilidad de ser propiamente tal. La inclinación del techo conduce el agua de la lluvia hacia su curso natural para que descienda por la ladera de la montaña, la propia casa se apoya sobre la montaña a la vez que la sostiene, restituyéndole su grandiosidad. La cabaña de Heidegger debe ser comprendida, pues, como un poema, una forma de la técnica que construye la casa común invitando a entrar a lo Otro y sin imponerse sobre él.
Frente a la técnica que fuerza la piedra a entrar en el mundo humano, y frente al habla y la escritura cotidianos, que también desgastan las palabras hasta volverlas monedas gastadas; el esculpir del artista interviene sobre la piedra para que sólo entonces empiece a lucir por primera vez como tal. Y de la misma manera el poeta le devuelve a la palabra su capacidad de que por primera vez llegue propiamente al decir12. Pero si aquellas palabras gastadas se han vuelto moneda de cambio, mera información o medios de comunicación que pasan de mano en mano opacando el mundo que habitamos; la palabra poética que ha recuperado su capacidad de decir, le permite a lo Otro, al silencio innombrable, volver a aparecer y, de ese modo, le restituye lo cotidiano su carácter extraordinario.
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1. Martin Heidegger: el pensar y la poesía |
2. Martin Heidegger: ¿Para qué poetas en tiempos de penuria? |
3. Martin Heidegger: Serenidad ante el desamparo de la existencia |
Acá abajo te dejo también un video con la exposición de algunos de los conceptos centrales del Curso de lingüística general de Saussure que hice el año pasado.
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- “Efectivamente, «sujeto» y «objeto» son títulos inadecuados de la metafísica, la cual se adueñó desde tiempos muy tempranos de la interpretación del lenguaje bajo la forma de la «lógica» y la «gramática» occidentales. Lo que se esconde en tal suceso es algo que hoy sólo podemos adivinar. Liberar al lenguaje de la gramática para ganar un orden esencial más originario es algo reservado al pensar y poetizar”. M. Heidegger, Hitos, trad. H. Cortés y A. Leyte, Madrid: Alianza, 2001, p. 260.
- Cf. M. Heidegger, Ser y tiempo, trad. E. Rivera, Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1997, §34.
- “El silencio, en cuanto modo del discurso, articula en forma tan originaria la comprensibilidad del Dasein, que es precisamente de él de donde proviene la auténtica capacidad de escuchar y el transparente estar los unos con los otros”. M. Heidegger, Ser y tiempo, ed. cit., p. 188. “La llamada carece de toda expresión vocal. No se manifiesta de ningún modo en palabras y, a pesar de ello, no es en absoluto oscura ni indeterminada. La conciencia habla única y constantemente en la modalidad del silencio. Con esto no sólo no pierde nada de su perceptibilidad, sino que fuerza al Dasein interpelado e intimado a guardar silencio sobre sí mismo. La ausencia de una formulación verbal de lo dicho en la llamada no relega a este fenómeno a lo indeterminado de una voz misteriosa, sino que sólo indica que la comprensión de lo dicho en la llamada no debe aferrarse a la expectativa de una comunicación, o de cosas semejante”. M. Heidegger, Ser y tiempo, ed. cit., p. 293 (la cursiva es de Heidegger).
- “Pero cuando la verdad del ser alcanza por fin el rango que la hace digna de ser pensada por el pensar, también la reflexión sobre la esencia del lenguaje debe alcanzar otra altura. Ya no puede seguir siendo mera filosofía del lenguaje. Éste es el único motivo por el que Ser y tiempo (§34) hace una referencia a la dimensión esencial del lenguaje y toca la simple pregunta que se interroga en qué modo del ser el lenguaje es siempre como lenguaje”. M. Heidegger, Hitos, ed. cit., p. 263.
- “El pensar trabaja en la construcción de la casa del ser que, como conjunción del ser, conjuga destinalmente la esencia del hombre en su morar en la verdad del ser. Este morar es la esencia del ser-en-el-mundo (vid. Ser y tiempo, p. 54). La referencia que allí se hace al «ser-en» en cuanto «morar» está lejos de ser un juego etimológico. La referencia en la conferencia de 1936 al verso de Hölderlin «Lleno de mérito, mas poéticamente mora / el hombre sobre la tierra» no es ningún adorno de un pensar que se salva de la ciencia refugiándose en la poesía. Todo este hablar sobre la casa del ser no es ninguna transposición de la imagen de la «casa» al ser. Lo que ocurre es que, partiendo de la esencia del ser, pensada del modo adecuado y conforme a su asunto, un día podremos pensar mejor qué sea «casa» y qué «morar»”. M. Heidegger, Hitos, ed. cit., p. 292.
- A falta de un verbo que forme parte de la familia de “lenguaje”, y siguiendo a Zimmermann, traduzco aquí “Sprache” por “habla”, para mantener el vínculo con “sprechen” que quiere decir “hablar”. “Reflexionar acerca del habla requiere entonces adentrarse en el hablar del habla para establecer nuestra morada en ella, esto es, en su hablar, no en el nuestro. Sólo de este modo podemos llegar al ámbito dentro del cual puede darse o no darse que desde ella misma el habla nos confíe su esencia. Al habla confiamos pues el hablar. No quisiéramos fundamentar el habla desde otra cosa que ella no sea, ni tampoco explicar otra cosa a través del habla”. M. Heidegger, De camino al habla, trad. Y. Zimmermann, Barcelona: Odós, 1990, p. 12. “Pero ¿habla el habla misma? ¿Cómo puede lograr semejante propósito puesto que no está dotada de los órganos del habla? Y, sin embargo, el habla habla. Obedece y sigue, primeramente y en lo propio, a lo que es esencial en el hablar: el decir. El habla habla en cuanto que dice, esto es, muestra”. M. Heidegger, De camino al habla, ed. cit., pp. 229-230.
- M. Heidegger, Conferencias y artículos, trad. E. Barjau, Barcelona: Serbal, 1994, p. 18.
- “La devastación del lenguaje, que se extiende velozmente por todas partes, no sólo se nutre de la responsabilidad estética y moral de todo uso del lenguaje. Nace de una amenaza contra la esencia del hombre. Cuidar el uso del lenguaje no demuestra que ya hayamos esquivado ese peligro esencial. Por el contrario, más bien me inclino a pensar que actualmente ni siquiera vemos ni podemos ver todavía el peligro porque aún no nos hemos situado en su horizonte. Pero la decadencia actual del lenguaje, de la que, un poco tarde, tanto se habla últimamente, no es el fundamento, sino la consecuencia del proceso por el que el lenguaje, bajo el dominio de la metafísica moderna de la subjetividad, va cayendo de modo casi irrefrenable fuera de su elemento. El lenguaje también nos hurta su esencia: ser la casa de la verdad del ser. El lenguaje se abandona a nuestro mero querer y hacer a modo de instrumento de dominación sobre lo ente”. M. Heidegger, Hitos, ed. cit., p. 263.
- M. Heidegger, De camino al habla, ed. cit., pp. 238 y ss.
- En este mismo sentido puede leerse el curso de Heidegger sobre la animalidad, cf. M. Heidegger, Los conceptos fundamentales de la metafisica. Mundo, finitud, soledad, ed. cit., pp. 225-329. En efecto, allí Heidegger sostiene la posibilidad de hacerle lugar en el mundo humano a los animales, que son comprendidos como extranjeros radicales. Expuse dicha cuestión en H. Candiloro, “El animal, el otro, el extranjero. Comunidad y hospitalidad en el mundo de la vida”, en: A. Navarro y A. González. (Eds.), Es tiempo de coexistir, La Plata: Editorial Latinoamericana Especializada en Estudios Críticos Animales, pp. 92-116 (Disponible para descargar en https://docer.com.ar/doc/xs51vee).
- Cf. A. Augé, Los no lugares. Espacios del anonimato, trad. M. Mizraji, Barcelona: Gedisa, 2000. Sin nombrarlo, M. Heidegger, Los conceptos fundamentales de la metafisica. Mundo, finitud, soledad, ed. cit., p. 267: “Así pues, es de nuevo una señal de la falta de suelo del pensamiento y de la comprensión que hoy reina cuando se nos ofrece la casa como una máquina de vivir y la silla como una máquina de sentarse. Hay gente que incluso ve en tal disparate un gran descubrimiento y los presagios de una nueva cultura”; aunque esta crítica puede hacerse extensible a sus textos de poesía y arquitectura como “…poéticamente habita el hombre…” y “Construir, habitar, pensar”, ambos reunidos en M. Heidegger, Conferencias y artículos, ed. cit.
- “A la hora de fabricar un utensilio, por ejemplo, un hacha, se usa y se gasta piedra. La piedra desaparece en la utilidad. El material se considera tanto mejor y más adecuado cuanto menos resistencia opone a sumirse en el ser-utensilio del utensilio. Por el contrario, desde el momento en que levanta un mundo, la obra-templo no permite que desaparezca el material, sino que por el contrario hace que destaque en lo abierto del mundo de la obra: la roca se pone a soportar y a reposar y así es como se torna roca; los metales se ponen a brillar y destellar, los colores a relucir, el sonido a sonar, la palabra a decir. Todo empieza a destacar desde el momento en que la obra se refugia en la masa y peso de la piedra, en la firmeza y flexibilidad de la madera, en la dureza y brillo del metal, en la luminosidad y oscuridad del color, en el timbre del sonido, en el poder nominal de la palabra. […]
Al retirarse ella misma a la tierra, la obra trae aquí la tierra. Pero el cerrarse de la tierra no es uniforme e inmóvil, sino que se despliega en una inagotable cantidad de maneras y formas sencillas. Es verdad que el escultor usa la piedra de la misma manera que el albañil, pero no la desgasta. En cierto modo esto sólo ocurre cuando la obra fracasa. También es verdad que el pintor usa la pintura, pero de tal manera que los colores no sólo no se desgastan, sino que gracias a él empiezan a lucir. También el poeta usa la palabra, pero no del modo que tienen que usarla los que hablan o escriben habitualmente desgastándola, sino de tal manera que gracias a él la palabra se torna verdaderamente palabra y así permanece”. M. Heidegger, Caminos de bosque, ed. cit., pp. 32-34.