Un río subterráneo atraviesa la historia de la filosofía socavando sus cimientos y cada tanto, como un géiser, irrumpe violentamente en la superficie: la nada.
El curso se propone recorrer algunos de los puntos fundamentales en los que esa corriente se hace manifiesta rompiendo la cotidianidad.
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Se abordarán los pensamientos de Parménides, Pablo de Tarso (San Pablo), Meister Eckhart, Scholem y Heidegger.
La nada parece lo más nulo, algo a lo que con sólo darle un nombre ya se le hace demasiado honor; pero esto, que parece lo menos valioso, lo más común, resulta finalmente tan poco común que sólo sale al encuentro en experiencias inusuales. Y lo que hay de común en la nada es sólo que posee el seductor poder de dejarse eliminar aparentemente por unas meras palabras: la nada es lo más nulo. La nada del ser del ente sigue al ser del ente como la noche al día. ¡Cómo habríamos de ver y experimentar jamás el día como día si no estuviera la noche! Por eso, la prueba más dura, pero también más infalible de la fuerza y autenticidad pensante de un filósofo es la de si en el ser del ente experimenta de inmediato y desde su fundamento la cercanía de la nada. Aquel a quien esto se le rehúsa está definitivamente y sin esperanzas fuera de la filosofía.
Martin Heidegger, Nietzsche I, trad. J. L. Vermal, Barcelona: Destino, 2000, p. 370.
Historia de la metafísica, metafísica de la presencia, monótono-teísmo, onto-teología; estas expresiones caracterizan a la filosofía cuando es vista desde el siglo XX. Todas ellas refieren a lo mismo: la historia de la filosofía es el intento denodado de llegar a lo que es absolutamente, a la verdad inconmovible, al sostén de todo lo existente, a alguna forma de Dios. Y sin embargo, en un momento ese mismo Dios se vuelve nada.
«Saulo se levantó del suelo y, con los ojos abiertos, nada veía» [Hch 9, 8].
Me parece que esta palabra tiene cuatro sentidos. Un sentido es éste: cuando se levantó del suelo, con los ojos abiertos, nada veía y esa nada era Dios; puesto que, cuando ve a Dios, lo llama una nada. El segundo: al levantarse, allí no veía nada sino a Dios. El tercero: en todas las cosas nada veía sino a Dios. El cuarto: al ver a Dios veía todas las cosas como una nada.
Meister Eckhart, El fruto de la nada, trad. A. Vega Esquerra, Madrid, Siruela, 2008, p. 87.
Así pues, si el ser fue pensado bajo la forma de Dios, ahora el ser y la nada se parecerán demasiado. Lo único absoluto es la nada.
La magnificación hasta la nada sucede o tiende a suceder en todos los cultos…
Jorge Luis Borges, “De alguien a nadie”, en: Obras completas (1923-1972), Bs. As.: Emecé, 1974, p. 738.
Desde entonces flotamos en el vacío, nos sostenemos sobre la nada, de cara a un Dios escondido que parece haber huido dejándonos en la más solitaria de las soledades. Allí, la angustia se vuelve epifanía: la presencia íntima de un Dios que se rehúsa a aparecer.
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