SÓCRATES – Tengo que contarte algo que oí de los antiguos, aunque su verdad sólo ellos la saben. Por cierto que, si nosotros mismos pudiéramos descubrirla, ¿nos seguiríamos ocupando todavía de las opiniones humanas?
FEDRO – Preguntas algo ridículo. Pero cuenta lo que dices haber oído.
SÓC. – Pues bien, oí que había por Náucratis, en Egipto, uno de los antiguos dioses del lugar al que, por cierto, está consagrado el pájaro que llaman Ibis. El nombre de aquella divinidad era el de Theuth. Fue éste quien, primero, descubrió el número y el cálculo, y, también, la geometría y la astronomía, y, además, el juego de damas y el de dados, y, sobre todo, las letras.
Platón, Fedro, 274d-275b
Por aquel entonces, era rey de todo Egipto Thamus, que vivía en la gran ciudad de la gran parte alta del país, que los griegos llaman la Tebas egipcia, así como a Thamus llaman Ammón. A él vino Theuth, y le mostraba sus artes, diciéndole que debían ser entregadas al resto de los egipcios. Pero él le preguntó cuál era la utilidad que cada una tenía, y, conforme se las iba minuciosamente exponiendo, lo aprobaba o desaprobaba, según le pareciese bien o mal lo que decía.
Muchas, según se cuenta, son las observaciones que, a favor o en contra de cada arte, hizo Thamus a Theuth, y tendríamos que disponer de muchas palabras para tratarlas todas. Pero, cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y la sabiduría.»
Pero él le dijo: «¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio.
Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad».
Para que el recuerdo no se vuelva un simulacro es necesario llegar a él desde su verdad. No desde fuera, a través de caracteres que terminarán volviéndose ajenos. Eso es lo que Theuth teme de la escritura: que se vuelva un simple recordatorio sin verdad y, por ende, sin justicia.
La escritura puede entonces ser un phármakon, un veneno para la memoria. Pero también puede ser un phármakon, un remedio para la memoria, según cómo se la lea.
Porque la memoria es ella misma un ejercicio de lectura y la lectura un ejercicio de memoria. Porque, como insiste Sócrates: “aprender es recordar“. Pero recordar con verdad y justicia.
No hay que separar aquí memoria y verdad. El movimiento de la alétheia [verdad] es de un extremo a otro despliegue de mneme [memoria]. De la memoria viva, de la memoria como la vida psíquica en tanto que se presenta a sí misma. Los poderes de la Lethé [olvido] aumentan simultáneamente los dominios de la muerte, de la no-verdad, del no-saber.
Jacques Derrida, “La farmacia de Platón“, en: La diseminación, trad. J. M. Arancibia, Madrid: Fundamentos, 2015, pp. 157-158.
Es necesario, pues, recordar con una memoria viva que se sobreponga al olvido y a la muerte.
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