En el curso de Ser y Tiempo de los lunes estamos viendo que una característica fundamental del pensamiento de Heidegger reside en transitar los límites, entendidos como aquello que tiene lugar no en los bordes exteriores, sino en el “entre”. En la escisión, en la separación, el abismo, el desgarramiento y la diferencia. En este sentido no hay que perder de vista dos cosas.
Por una parte, que ese “entre” no es el resultado del encuentro de dos elementos por sí mismos independientes y autónomos que se choquen con posterioridad. Por lo contrario, el “entre” es el espacio en el que acontecen por primera vez la escisión y separación. El “entre” es, por ende, anterior a los elementos por él distinguidos, o dicho sintéticamente: el “entre” es la condición de posibilidad de cualquier distinción.
Pero por otra parte, puesto que el “entre” es primero, originario y condición de posibilidad de cualquier distinción, es necesario tener presente que los límites no sólo distinguen, sino que simultáneamente vinculan y contaminan aquello mismo que pretenden separar con claridad.
Al “entre” que se extiende, por ejemplo, entre el sujeto y el objeto modernos -me refiero, por supuesto, a Descartes-, y que separándolos al mismo tiempo los contamina recíprocamente, aproximándolos uno al otro de manera originaria, en Ser y Tiempo Heidegger lo llama “ser-en-el-mundo” y lo escribe así como acabo de hacerlo, esto es, con guiones. De hecho, esa parece ser una peculiaridad del guión 1 : señalar a la vez un vínculo y una escisión.
En ese marco, más de una vez hice alusión a un fragmento del curso sobre Nietzsche en el que Heidegger hace referencia a un río correntoso que en su fluir crea y aproxima dos orillas. Se los dejo a continuación, incluyendo el contexto inmediato del texto y la referencia bibliográfica.
“Dentro del círculo de sus acepciones modernas, «caos» tiene un doble significado: entendido en su sentido propio y absoluto, la palabra significa para Nietzsche el «mundo» en su totalidad, la plenitud indómita y que se sobrepuja de modo inagotable de aquello que se crea y se destruye a sí mismo (n. 1.067), sólo dentro de la cual lo que es ley y lo que no lo es se forma y se desintegra. Tomado superficialmente, «caos» significa eso mismo, pero en la apariencia más inmediata de confusión y de hervidero con la que sale al encuentro a los seres vivientes individuales; estos seres vivientes, pensados de modo leibniziano, son «espejos vivientes», «puntos metafísicos» en los que la totalidad del mundo se recoge y muestra en la delimitada claridad de una correspondiente perspectiva. Al tratar de aclarar cómo se llega a poner el caos como lo que es cognoscible y tiene que ser conocido, nos topamos de improviso con el que conoce, con el ser viviente que aprehende el mundo y se apodera de él. No es una casualidad, porque lo cognoscible y lo cognoscente se determinan en su respectiva esencia de modo unitario a partir del mismo fundamento esencial.
El conocer no es como un puente que en algún momento y secundariamente une dos orillas de un río que subsisten por sí, sino que es él mismo un río que al fluir crea las orillas y las vuelve una hacia otra de un modo más originario que lo que pueda nunca hacerlo un puente.”
M. Heidegger, Nietzsche I, trad. J. L. Vermal, Barcelona: Destino, 2000, pp. 456-457
- Además de ser un signo propio de la lengua escrita que no puede ser reducido a la oralidad. Estoy pensando en la crítica al “fonocentrismo” que hace Derrida. Si la historia de la filosofía concibió a la escritura como un reflejo, una mera copia -en el sentido platónico del término-, o mejor aún, puesto en los términos de Deleuze, como un “simulacro” -porque en realidad se trata de una copia de copia-; los guiones constituyen una peculiaridad del habla escrita. En efecto, ¿cómo se ponen guiones oralmente? Los guiones -así también como las comillas y las tachaduras, elementos destacados por Derrida- funcionan entonces como indicios de un pensamiento de la escritura en la obra de Heidegger. De un pensamiento que frente al fonocentrismo, entendido como la reducción a la oralidad, le devuelve a la escritura su legitimidad propia. Su irreductibilidad