El miércoles pasado hablamos de Baruch (o también Baruj, Benedictus, Benito, Bento) Spinoza (Espinosa, De Espinosa, D’Espiñoza). Multiplicidad de nombres que testimonian el exilio familiar de España a Portugal, de Portugal a Francia y de Francia a Holanda, huyendo de las persecuciones a los judíos. La familia de Spinoza fue lo que peyorativamente se denominaba “marrano”: judíos conversos, que debieron practicar públicamente el catolicismo para sobrevivir y que encontraron en Holanda el lugar que les dio un lugar tal y como eran. Holanda era, pues, el lugar de la diversidad. Judíos de distintos proveniencias, calvinistas, católicos, etc. El país de la diversidad se volvió muy rápidamente un hervidero de diferencias. Es en ese contexto de liberalidad y conflicto que tiene lugar el pensamiento de Spinoza, quien en 1656, con sólo 23 años, escucha este discurso en la sinagoga de Amsterdam:
Los dirigentes de la comunidad ponen en su conocimiento que desde hace mucho tenían noticia de las equivocadas opiniones y errónea conducta de Baruj Spinoza y por diversos medios y advertencias han tratado de apartarlo del mal camino. Como no obtuvieran ningún resultado y como en el contrario, las horribles herejías que practicaba y enseñaba, lo mismo que su inaudita conducta fueran en aumento, resolvieron de acuerdo con el rabino, en presencia de testigos fehacientes y del nombrado Spinoza, que éste fuera excomulgado y expulsado del pueblo de Israel, según el siguiente decreto de excomunión:
El cherem contra Spinoza en el Libro de los acuerdos de la Nación
Por decisión de los ángeles y el juicio de los santos, excomulgamos, expulsamos, execramos y maldecimos a Baruj Spinoza, con la aprobación del Santo Dios y toda esta Santa comunidad, ante los Santos Libros de la Ley con sus 613 prescripciones, con la excomunión con que Josué excomulgó a Jericó, con la maldición con que Eliseo maldijo a sus hijos y todas las execreciones escritas en la Ley.
Maldito de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no le perdone. Que la cólera y el enojo del Señor de se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. El Señor borrará su nombre bajo los cielos y lo expulsará de todas las tribus de Israel abandonándolo al Maligno con todas las maldiciones del cielo escritas en el Libro de la Ley. Pero vosotros, que sois fieles al Señor vuestro Dios, vivid en paz. Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o transcripto por él.
221 años después Ernest Renan se refiere a los últimos días de Spinoza:
Hace hoy doscientos años que a la tarde, más o menos a esta hora, expiraba con cuarenta y tres años, sobre el apacible muelle de Pavilioensgracht, a unos pasos de aquí, un pobre hombre cuya vida había sido tan profundamente silenciosa que su último suspiro apenas fue oído. Vivía en una habitación alejada, en lo de huéspedes honestos, que, sin comprenderlo, tenían por él una veneración instintiva.
Ernest Renan, Spinoza. Discours prononcé à la Haye le 21 février 1877, à l’occasion du 200e anniversaire de sa mort, pp. 5-6.
La mañana de su último día, descendió como siempre a lo de sus anfitriones; era un día de servicio religioso; el suave filósofo conversó con esas buenas gentes de lo que había dicho el ministro, lo aprobó fuertemente y les aconsejó de adaptarse a ello. El anfitrión y la anfitriona (nombrémoslos, señores; ellos tienen, por su honesta sinceridad, su lugar en este bello idilio de La Haya, del que nos cuenta Colerus), el marido y la señora Van der Spyk volvieron a sus devociones. Cuando regresaron a su casa, su apacible inquilino había muerto. El entierro tuvo lugar el 25 de febrero, como si se hubiera tratado de un fiel a Cristo, en la Nueva Iglesia sobre el Spui. Toda la gente del barrio lamentó mucho la desaparición del sabio que había vivió entre ellos como uno más. Sus huéspedes guardaron su recuerdo como una religión, y los que se le habían acercado no hablaron nunca de él sin llamarlo, de acuerdo al uso, «el afortunado Spinoza»”
Spinoza el marrano. Spinoza el expulsado de la comunidad. Spinoza el que casi es asesinado. Spinoza el afortunado.
Como dice Novalis, Spinoza estaba “ebrio de Dios“. Posiblemente no haya mejor síntesis de su pensamiento que la que aparece en el siguiente párrafo de “Historia de los ecos de un nombre” de Jorge Luis Borges:
¿Qué interpretaciones ha suscitado la tremenda contestación que escuchó Moisés? Según la teología cristiana, Soy El Que Soy declara que sólo Dios existe realmente o, como enseñó el Maggid de Mesritch, que la palabra yo sólo puede ser pronunciada por Dios. La doctrina de Spinoza, que hace de la extensión y del pensamiento meros atributos de una sustancia eterna, que es Dios, bien puede ser una magnificación de esta idea: “Dios sí existe; nosotros somos los que no existimos“, escribió un mejicano, análogamente.
Jorge L. Borges, “Historia de los ecos de un nombre”, en: Otras inquisiciones.