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Mi nombre es Hernán Javier Candiloro y soy Doctor en Filosofía. Estudié en la Universidad de Buenos Aires. Primero me recibí de Licenciado en Filosofía en marzo de 2010 y más tarde, ese mismo año, de Profesor de Enseñanza Media y Superior en Filosofía. En ambos casos lo hice con Diploma de Honor por haber concluido ambas carreras con promedios generales superiores a nueve. Desde entonces soy docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que es para mí el verdadero honor, cuyo merecimiento debe renovarse todo el tiempo, clase a clase y frente al jurado más exigente que conozca: estudiantes que han dejado todo de lado para dedicarse a la filosofía. En muchos de ellos aún me veo a mí mismo, como en esa famosa dialéctica del espejo de la que hablan Hegel, Kojéve, Koyré y Lacan y antes de ellos Böhme y Eckhart.
Gracias a dos becas del CONICET, entre 2010 y 2015 llevé adelante mi investigación doctoral sobre el pensamiento de Martin Heidegger, el filósofo más influyente del siglo XX y posiblemente uno de los más importantes en la Historia de la Filosofía, a la altura de Platón, Aristóteles, Hegel y Kant. En la mitad -y gracias a sendas becas del DAAD- tuve dos estadías en Alemania, más específicamente en Friburgo en Brisgovia, al pie de la Selva Negra y en la misma Universidad de Heidegger. Allí conocí a importantes investigadores de todo el mundo y mantuve intercambios con algunos de los especialistas más relevantes.
Pero yo no quería volverme sólo un especialista, un escritor de “papers” (que también los tengo) que se ocupara de temas tan puntuales como intrascendentes: otro “especialista en el cerebro de la sanguijuela” 1. Por el contrario, como buen heideggeriano quería volver a encontrar la filosofía en el “mundo de la vida”. Y en ese sentido, el pensamiento de Heidegger era -y es- para mí una puerta de entrada privilegiada a la historia de la filosofía, desde los griegos hasta la época de la técnica; la clave de lectura que elegí por su peculiar potencia deconstructora. Me dije que si manejaba en profundidad el pensamiento de Heidegger, con su complejidad tan característica, iba a estar listo para enfrentar cualquier otro texto. Tal vez esa fue mi versión personal del carácter preparatorio del pensamiento.
En 2015, puntualmente, defendí mi tesis doctoral antes de iniciar otra beca del CONICET, esa vez postdoctoral. A lo largo de tres años investigué la relación entre lo que Heidegger llama “tecnociencia” y Michel Foucault “biopolítica”. Entre ambos situé a Ernst Jünger y su figura del trabajador entendida como el animal que debe rendir y rendirse, o rendirse al rendimiento si ustedes quieren. El abuelo de Byung-Chul Han, para decirlo rápidamente.
En todo caso, digamos que nunca me alcanzó con Heidegger. De tan heideggeriano siempre pensé con Heidegger y contra él. Para mí Heidegger siempre fue una excusa para leer a Nietzsche, Derrida, Blanchot, Foucault, Lacan, Esposito y Agamben; pero también a Benjamin, Marx, Platón, Aristóteles; Heráclito, Anaximandro y Parménides; Hegel, Kant y Byung-Chul Han… o digamos, en suma, para leer y -leyendo- filosofar y vivir. Porque la filosofía es, como ya la entendieron los griegos, una forma de vida.
Por eso creo que la filosofía tiene que ser un “saber sin supuestos”. No porque no haya que conocer su historia para poder filosofar -más bien todo lo contrario: la filosofía es una trádición de pensamiento -, sino porque para comenzar a filosofar basta con “tener los ojos abiertos” y ser “todo oídos”. Y, sobre todo, con tener la intención de tomar la palabra de una cierta manera, peculiarmente musical y singularmente política -como sostiene Agamben 2-. La filosofía es, pues, el “grado cero” de la vida y es a partir de allí, de ese “grado cero”, desde el que debe ser re-hecha y des-hecha una y otra vez. Y ello porque “[…] transformándose en agua y en tierra, construye, como el niño, castillos de arena a la orilla del mar, edifica y derriba; de tiempo en tiempo, vuelve a iniciar el juego”. 3
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- “«¿Entonces tú eres acaso el conocedor de la sanguijuela?, preguntó Zaratustra; ¿y estudias la sanguijuela hasta sus últimos fondos, tú concienzudo?» «Oh Zaratustra, respondió el pisado, eso sería una enormidad, ¡cómo iba a serme lícito atreverme a tal cosa! En lo que yo soy un maestro y un conocedor es en el cerebro de la sanguijuela: – ¡ése es mi mundo!».” F. Nietzsche, “La sanguijuela”, en: Así habló Zaratustra, trad. A. Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 2003, pp. 341-344
- Cf. G. Agamben, “Apéndice. La música suprema. Música y política”, en: ¿Qué es la filosofía?, trad. M. Ruvitoso, Bs. As.: Adriana Hidalgo, 2017
- F. Nietzsche. La filosofía en la época trágica de los griegos, trad. G. T. Schuster, Bs. As.: Los libros de Orfeo, 1994, § 7, p.30.