El amor y el odio. Descartes y las neurociencias

El amor y el odio. Descartes y las neurociencias

En nuestra primera clase del curso expusimos que la comprensión metafísica del cuerpo como animal-máquina que tiene lugar en el pensamiento de Descartes sigue siendo la base de la medicina actual. Sea ya que se expliquen pasiones como el amor a partir de la presión sanguínea que proviene del estómago y los intestinos -no es broma- o por el influjo de la dopamina y la oxitocina -tampoco-; el presupuesto metafísico es el mismo: en ambos casos se presupone que lo determinante de nuestro cuerpo es su funcionamiento fisiológico-mecánico.

Así pues, este lunes leímos y comparamos los artículos 102 y 103 de Las pasiones del alma de Descartes con una explicación neurocientífica del amor que, 400 años después -y sin pudor alguno- aparece en la página del National Geographic en español.

Si bien parece claro que el amor generalmente produce una reacción fisiológica -y digo generalmente porque tal vez no sea así siempre-, parece difícil reducirlo a ella. Quizá no baste con esa reacción fisiológica -producida, por ejemplo, artificialmente, químicamente o de manera conductista- para que podamos hablar propiamente de amor. Tal vez a ese amor solamente fisiológico le falte nada menos que el amor.

El lunes 15, en la que será nuestra segunda clase, trabajaremos el vínculo entre la comprensión fisiológico-mecánica del cuerpo y la actual metafísica del rendimiento en la que nos encontramos insertos. Nuestra hipótesis será que la medicina actual, con todos los beneficios que provienen de ella, constituye un dispositivo indispensable para nuestra propia explotación. O, dicho en una palabra, hablaremos de “biopolítica“.

Les dejo entonces los mencionados artículos de Las pasiones del alma y el texto del National Geographic para que comparen ustedes mismos y vean la actualidad de Descartes o, si quieren, lo atrasado de las neurociencias.

Art. 102. El movimiento de la sangre y de los espíritus en el amor
Estas observaciones, y otras varias que serían demasiado largas de es­cribir, me han dado pie para considerar que, cuando el entendimiento se representa algún objeto de amor, la impresión que este pensamiento produce en el cerebro conduce a los espíritus animales, a través de los nervios del sexto par, hacia los músculos que hay en torno a los intesti­nos y al estómago, en la forma requerida para hacer que el jugo de los alimentos, que se convierte en nueva sangre, pase rápidamente al cora­zón sin detenerse en el hígado y, al ser impulsada con más fuerza que la que está en las otras partes del cuerpo, entre más abundantemente en el corazón y provoque en él un calor más fuerte, debido a que esta sangre es más consistente que la que se ha rarificado ya varias veces al pasar y volver a pasar por el corazón; lo cual hace que éste envíe tam­bién espíritus hacia el cerebro, cuyas partes son más gruesas y más agi­tadas que de ordinario. Y estos espíritus, al ampliar la impresión que el primer pensamiento del objeto amable le produjo, obligan al alma a detenerse en dicho pensamiento. Y en eso consiste la pasión del amor.

Art. 103. En el odio
Por el contrario, en el odio, el primer pensamiento del objeto que pro­duce aversión hace circular los espíritus que hay en el cerebro hacia los músculos del estómago y de los intestinos de tal manera que impiden que el jugo de los alimentos se mezcle con la sangre, cerrando todos los orificios por donde acostumbra pasar; y los conduce también de tal modo hacia los pequeños nervios del bazo y de la parte inferior del hí­gado, donde reside el receptáculo de la bilis, que las partes de la sangre que normalmente van a parar a estos lugares salen de ellos y circulan hacia el corazón con las que están en las ramificaciones de la vena cava; esto produce un gran desequilibrio en su temperatura porque la san­gre que procede del bazo apenas se calienta y rarifica mientras que, por el contrario, la que procede de la parte inferior del hígado, donde está siempre la hiel, se inflama y se dilata muy rápidamente; después de lo cual los espíritus que van al cerebro tienen también partes muy desiguales y movimientos muy extraordinarios, de donde resulta que fortalecen las ideas de odio que en él se encuentran ya impresas y pre­paran al alma para pensamientos llenos de acritud y de amargura.

R. Descartes, Las pasiones del alma, trad. F. Fernández Buey, Madrid: Gredos, 2012, p. 504

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